Lo que separa tanto a Hellblade: Senua's Sacrifice de otros exponentes de su medio es el uso cohesivo y diegético de lo auditivo: Senua, la protagonista del juego, padece de una enfermedad mental; oye voces de personas que no están allí y ve cosas que no existen. A través de esto, el juego justifica el uso de dichas voces para guiar a Senua, y usa su forma de percibir su entorno para crear los acertijos que el jugador debe resolver para avanzar la trama. La condición mental de Senua es fin y motivo: es lo que impulsa la trama, lo que la sostiene, y es el tema central de la experiencia. Es tan cohesivo el uso de enfermedad mental de Senua que es imposible especular sobre qué se creó en aras de sustentar qué; quiero decir, ¿está la trama, –que versa sobre las dificultades que una persona en tales circunstancias percibe y es percibida– al servicio de las voces que ella escucha o están las voces que ella escucha ahí para justificar la trama? Ninguno es dispositivo del otro, y nada hay al servicio de lo anterior: todo es cohesivo, diegético.
Esta experiencia de sentir algo de lo que debe ser estar asediado por voces es una experiencia que no se puede compartir por otro medio. Sólo el videojuego permite ver tan de cerca el qué y el cómo de su condición. Para ensalzar al género aún más, la intervención del director mediando la cámara entre Senua y el jugador da a entender que la relación entre ambos está abierta a interpretación. Así, una mirada a la cámara de Senua hace la pregunta abierta de qué es el jugador ante ella: ¿otra voz más, la persona que instiga su búsqueda, su antagonista?
Las voces cuestionan a Senua. La ayudan. La increpan. Le advierten de que un enemigo la va atacar por la espalda. Dialogan con ella, y en ese diálogo revelan partes importantes de la trama. Hablan entre ellas, y en lo que dicen, se entreoye algún dato crucial para que el jugador pueda resolver un acertijo. En las partes que desparecen, su ausencia se acusa, mas en las partes en las que agobian a Senua –y al jugador– uno quiere desaparecerlas. Al final, la relación con ellas es compleja como cualquier otra relación en esta obra. La relación de lo real con lo onírico, la de Senua con su padre, la de Senua con su amante, la de Senua con los dioses del inframundo: no hay relación sencilla, de una sola interpretación, ni tampoco son fáciles los temas que trata Hellblade: Senua's Sacrifice.
Porque Hellblade: Senua's Sacrifice no se detiene en lo su complejo tratamiento de la enfermedad de Senua. Versa de otros temas complejos, como la depresión y el miedo a la muerte. Se da el lujo, además, de ir contando historias del folclore nórdico, y lo hace poco a poco, con cadencioso ritmo, y lo hace ejemplificando lo que cuenta con lo que Senua hace– hasta para esto es el juego ágil y hábil. Es tal la magnitud de lo que el juego logra hacer en tan poco tiempo que dura que es muy difícil no perderse en la totalidad de lo que abarca, y cuánto contrasta esto con lo sencillo y elegante que el juego es.
No hay muchas obras artísticas que sean más interesantes: para mí este fue el videojuego que me llevó a elaborar la idea de la transferencia de competencias al ver que cuando Senua dejaba de horrorizarse de los espantos que la rodeaban yo también les perdía miedo, y esta reflexión, que dio pie a entender que el videojuego es un medio artístico tan digno de estudio como cualquier otro, es intrínseco a la reflexión que una obra de arte invita, porque el arte es, entre las tantas cosas que es, una herramienta que habilita un entendimiento superior de la realidad.
Imagen de SEED3733 vía https://www.deviantart.com/seed3733/art/Hellblade-Senua-s-Sacrifice-01-810390979