Estira, subvierte y revitaliza el género de la novela visual.
Es verdaderamente difícil escribir sobre Doki Doki Literature Club («doki» es la onomatopeya nipona para el latido del corazón) sin arruinar la experiencia que ofrece. Tanto así que esta es la primera vez que al redactar una reseña leo otras, sólo para ver cuánto dicen sin decir mucho. Lo cierto es que este no es un juego para niños, ni para personas muy sensibles– y esto el juego lo dice en su primera pantalla. Y es verdad.
A mí me duró casi cuatro horas, pero se puede volver a jugarlo para recorrer todas las rutas que ofrece. Lo que he de elogiar del juego es la brillante forma en la que plantea los límites de lo que es un juego. En cuanto a lo que no me gustó, y nada de lo que digo ahora es muy grave, es que a veces es un poco lento o un poco cliché, pero por otra parte esto que critico me parece que es infranqueable: quiero decir que es así por que así tiene que ser, y que seguramente el autor ha elegido que el juego tire hacia lo repetitivo y que ciertos elementos parezcan estereotipados para ensalzar más lo que no sigue esta fórmula.
Lo recomiendo encarecidamente a quienes consumas novelas visuales, porque esta es la joya de ese género: al género lo estira, lo subvierte, lo reconstruye y revitaliza, tal como una gran obra hace siempre con su género. A los que no son muy adeptos del género, la recomendación va con un pero: si hay algo que genere la mínima curiosidad sobre este título, se debe jugarlo: hasta por cultura general. Claro, si no llama la atención, no llama la atención. Por su puesto, este es uno de esos títulos en los que mientras menos se sabe de él, más se lo disfruta. Creo que es un juego que aunque no guste, es imposible no apreciarlo, cual la obra fundamental de cualquier género artístico que no sea de nuestro agrado. Ah, y es gratis.