Horizon Zero Dawn: el juego que me enseñó que poner los juegos en el modo fácil no es nada divertido. Yo lo compré más o menos cuando salió, y, en aras de ganarlo rápidamente, cometí el error de ponerlo en modo fácil, y, pues... se me hizo muy fácil. Así es como supe que gran parte del disfrute del videojuego no está sólo en lo gráfico o en lo narrativo, si no en el reto que representa– he aquí otra cualidad inherente del medio del videojuego, otro mecanismo propio de este medio, y, posiblemente, el más evidente o fácil de defender: ningún otro medio artístico representa un reto a su consumidor. Pero en fin, retomo, que desvariaba– hoy no toca ciencia si no reseña, y lo que puedo decir de Horizon Zero Dawn es que es un juego perfecto.
Y, curiosamente, es un juego perfecto a punta de no tener defecto alguno. Es decir, no es Horizon Zero Dawn un derroche de virtudes, si no un inmaculado estudio de cómo hacer un videojuego; en nada se destaca, pero en nada flaquea. Cuando salió en Steam y tuve la oportunidad de volverlo a jugar, ahora en su dificultad normal, lo pude apreciar aún más. Es que la historia es muy buena, la protagonista, a pesar de ser más fea que quedarse sin luz en Navidad, es muy simpática y graciosa, las misiones secundarias son tan originales y tan bien escritas que no tengo reparo en compararlas con las de Witcher 3 ¿Y qué del diseño de esos dinosaurios metálicos, los paisajes, la interpretación distópica de la realidad que viven que es original y la vez plausible? Todos hitos. Sí, hay un par de cuestiones mejorables, pero hay que ser bastante muy tiquismiquis para ponerse a repara en ellas. Afortunadamente, yo soy tiquismiquis: En la versión de Steam, que es la que jugué este año para pasar también la expansión The Frozen Wilds, tuve varios problemas al querer re-configurar el control a mi gusto: está claro que Guerrilla Games no se ha esmerado mucho en la conversión, porque el cambio de ciertos botones crea conflictos con acciones necesarias para el juego. Esto no es grave, claro, sólo tuve que volver a los controles por defecto y listo. También me hubiera gustado que el juego me ayude un poco más a encontrar las misiones secundarias, que yo no pude dar con todas porque, hombre, tampoco me voy a pasar de fogata en fogata a ver qué sale. De ahí, ya en lo personal, me molesta un poco que sólo hay una armadura decente para Aloy (Shadow Stalwart, que remite a Caballeros del Zodiaco)– ¿qué pasa? Yo advertí que iba a ser tiquismiquis.
Luego, claro, Horizon Zero Dawn tiene ciertas cosillas en las que reparo porque me parece que le dan una dimensión muy humana al juego: no sólo están los textos del imaginario muy bien redactados –estos textos insisten, casi en demasía, en versas en lo cotidiano– si no que el juego le permite a Aloy visitar a dos de sus allegados para contarles qué ha estado haciendo. Estos detallitos a mí me encantan. Me recuerdan a ese encuentro que puede tener Link afuera del castillo de Hyrule para ver al guardia morir. Es innecesario, pero da mucha vida: es la paprika del videojuego.
Sobre The Frozen Wilds puedo decir que es exactamente lo que quisiera que una expansión fuera siempre: un poco más de lo mismo. Las expansiones, pienso yo, son para cuando uno extraña un juego pero no quiere volver a jugarlo: es una experiencia similar, paralela, parecida. En fin, eso es esto: tiene todo lo bueno de Horizon Zero Dawn en un lugar distinto.
Sobre cuánto me duró el juego, me cuesta contabilizarlo si tengo que dividirlo entre la expansión y el juego original. Hay que tomar en cuenta, además, que esta era la segunda vez que lo jugaba (pero la primera con la expansión). Especulo, pues, que me tomó el juego original unas cincuenta horas y su expansión unas veinte. Lo recomiendo, sí, esté en descuento o no, que merece la pena. Ojalá que pronto veamos por aquí la segunda parte.
Imagen de De-mon Varela vía https://www.deviantart.com/de-monvarela/art/Horizon-Zero-Dawn-wallpaper-633453776