Guayaquil B

Guayaquil B fue fundada el 28 de marzo de 2023. La noche de aquel día, Guayaquil –el Guayaquil a secas– dejó de ser real y pasó a ser simplemente imaginario; de ser tangible, a ser una memoria idealizada. Idealizada por tanto recuerdo hermoso que viví en aquel Guayaquil que mis padres y mis abuelas colmaron en anécdotas: ese Guayaquil de los poemas de octubre, de Jota Jota, de los sabidos, de los certeros, de la gente chévere que te cuida pero que tampoco te va a dar todo hecho porque también tú tienes que estar despierto. Ese Guayaquil de caminar no tranquilo, porque tampoco hay que andar como gil, pero sí con cierta holgura, con cierto conocimiento de causa– sobretodo si es por aquellas calles céntricas en las que a uno ya lo conocen, y hasta lo saludan. 
 
Esa Guayaquil ya no existe. Ese Guayaquil está ahora en el mismo cajón en el que están situadas todas las ciudades que no existen: Macondo, Comala, Hyrule o Huigra. En ese mismo cajón guardo todas la profesiones que no fui, todas las cosas que no dije y todos los pasos que no di; y con la misma ternura y fascinación que siempre ha despertado Guayaquil en mí, lo contemplo respetuosamente (como se contempla quizás a un dios) y mirándolo suspiro– un poco tenso, eso sí, porque cada vez que lo pienso inevitablemente pienso también en Guayaquil B.
 
¿Me da pena haberme ido de Guayaquil? Pues no mucho, porque Guayaquil se fue primero. Para algunos se habrá ido mucho antes, y para otros, valientes optimistas, Guayaquil quizas sea el mismo de siempre; o lo mejor unos están ya en el «B» y aún no lo saben– pero ya lo intuyen.
Para un par de nosotros la transición no está siendo (o no ha sido) gradual, sino que tiene fecha y hora: el día que Guayaquil me dio miedo. Qué pena, con lo bonita que era. O, –¡qué digo!– con lo bonita que siempre será, que estas cosas que pasan en Guayauquil B, en el «A» no pasaban.
El «A» queda envuelto en la perfección de la nostalgia, guardado en un cajón de humos amaderados y puntiagudos recuerdos– recuerdos que, si los tocas mucho, te sacan, con sus afiladas melancolías, la sombra de una merecida lágrima.